Hain y Gugh, un cuento de Navidad. Al final, como de vez en cuando me acuerdo de los buenos momentos que he pasado con vosotros, los de Sahelices de Sabero, he decidido enviaros una copia de un cuento de Navidad, escrita en el foro de Sahelices del Payuelo. A lo mejor hasta os gusta. Es un cuento de las montañas, la mitad verdad, la otra mitad inventiva. ------------------ "Hain y Gugh". Un cuento de Navidad. Cuando conducía mi caballo por las veredas de la montaña, cuatro años ha, una tarde de verano, a la hora de siesta, me apeé para que descansara un poco el fiel animal. También yo deseaba reposar la comida, respirar la brisa que acaricia ambas laderas de la gran Hoz escarbada, con esmero, por el Torío. Cuando se pierde de vista el último prado de Vegacervera, allí a la derecha, los caminantes se adentran en un paraje majestuoso. En todo el recorrido de la Hoz sólo hay dos recodos en los que pueda pacer un caballo. Él comía a la izquierda del camino según se va en dirección a Felmín. Nos encontrábamos hacia la mitad de la Gran Hoz; él sofocando su sudor, yo respirando brisa y humo a la vez. Sé que, llegando al final de este lugar fantástico, hay una curva a la izquierda. Y a la izquierda de la curva, una pradera de mejor gusto para un noble animal, pero aquel prado se usa para otros fines. En él se producen sonidos metálicos: baja la cordada de trepar por las rocas. Damas y varones se liberan de sus cadenas exhaustos, resoplan, se despojan del arnés y se dirigen a beber y a lavarse en el río. Faltaban pocos minutos para observar de nuevo esa escena de esfuerzo humano. Mas he aquí que, mientras hacíamos tiempo, observamos que en el río, que discurre a unos 15 metros por debajo del sendero, había dos niños chapoteando. Se lanzaban agua a dos manos el uno al otro mientras reían, cual imagen de un amor recíproco. Tendrían unos 8 ó 9 años. Vestían de igual modo: una prenda amarronada, algo deshilachada, que pendía de su cintura. Al vernos, se sentaron en la orilla izquierda del Torío, la de allá, con las piernas estiradas, bañadas por la corriente. Su semblante infundía serenidad; eran dos criaturas preciosas, de tez más bien morena. Callé. Entre otras razones, porque seguramente ya estarían sus padres al cuidado de las criaturas y porque tampoco conocía en qué lenguaje se expresaban. Contando con mi fiel, éramos 4 quienes nos hallábamos en el país de las hadas. Aquella tarde no se encontraban en la Gran Hoz quienes agujerean la roca. Era jueves. Pasó el tiempo. Pasaron días, semanas. Ya en otoño, una tarde fuimos a saludar a Bodón, ese peñasco que se yergue yendo hasta Lugueros. Antes de llegar a Bodón paramos en la cascada de Valdeteja. Había allí unos bomberos haciendo prácticas. Se descolgaban por una cuerda, con todo el agua de la cascada cayéndoles en la cabeza, y, cuando descendían hacia la mitad de la cuerda se dejaban caer en el lago. Al volver de Lugueros, relinchó mi noble. A la derecha, según se viene, bajaban dos niños correteando uno tras otro, como persiguiéndose, por la ladera Este de Bodón. Reían. Eran los mismos niños que habíamos visto bañándose en el Torío. Entonces recapacité. En horas libres, me propuse buscarlos por Isoba, por Las Omañas, en Babia, en Laciana. Pero no, parece ser que hasta el Cueto Nidio no van. He preguntado por ellos en La Vecilla, en Cármenes, en Campohermoso. Dicen que el niño le llama Hain a su hermana, y que Hain a su gemelo le llama Gugh. No es bien conocido dónde anidan, y menos cuando caen las nieves, pero todos dicen que se quieren. ------------------- Como siempre, recibid saludos desde la estepa castellana. |